sábado, 27 de octubre de 2007

La masificación de lo humano como un despertar vertiginoso hacia el misterio


"EL problema es lo dado que se me propone como externo
y el misterio algo en lo que me encuentro comprometido
y cuya esencia no está enteramente ante mí.
De donde el ser no es problemático, sino misterioso”
Gabriel Marcel (1889-1973)

El presente trabajo es un intento por plantear la crisis contemporánea que el hombre enfrenta a consecuencia de la constante irreflexión y desinterés por el misterio, lo trascendente. Este desinterés ha llevado a la despersonalización del hombre para convertirlo en parte de un pensamiento masificado, principalmente por los medios de comunicación, y a jugar dentro de la desmedida polución de símbolos y signos que predominan en el significante más que en el significado. Dicha problemática la abordaré a través del pensamiento del filósofo italiano Gabriel Marcel y la teoría analógico-icónica del mexicano Mauricio Beuchot. Sin duda, estos dos filósofos comparten la preocupación sobre la pérdida del ser personal, es decir, les inquieta la manera en que el hombre se comporta dentro de las masas y cómo éstas dominan incesantemente en la manipulación de necesidades y pensamientos. Día a día es constante percibir como la unificación de los hombres no refiere tanto a la comunidad sino al consumo desmedido. El hombre ya no reflexiona sobre el ser y tiende, cada vez con mayor fuerza, al tener.
Ahora bien, la manera de abordar el tema será la siguiente: En primer lugar plantearé con mayor detalle el problema contemporáneo que la tecnificación del mundo trae al hombre, tanto como individuo como en comunidad y cómo es que, a raíz de esto, se ha perdido cierta religiosidad y perspectiva en el hombre. Hablaré de la perdida del ser personal y la idolatría del yo como una falta de interés sobre el misterio del ser, y como aliciente para valores capitalistas como la posesión, el placer y la utilidad. Dentro del desarrollo del tema, incluiré la teoría del vértigo, como llamado del misterio para que el hombre encuentre su ser personal, de Marcel y el pensamiento de Beuchot sobre la hermenéutica analógico-icónica para tratar de encontrar un balance a la problemática que hoy por hoy afecta al hombre. Estas teorías tienen en común la esperanza de poner al hombre dentro del camino del misterio, un hombre que siempre camine con esperanza aunque sepa que la búsqueda no llegará a completarse. Para concluir, haré un breve repaso de lo anteriormente dicho para luego plantear lo que considero es la tarea del filósofo ante tal problemática.
Problema:
No es novedad que el hombre se haya contaminado de un nuevo modo de ser, un modo que despierta sospecha por la falta de perspectiva y responsabilidad. Pero, la pregunta, para comenzar a plantear la problemática, podría ser la siguiente: ¿Qué ha originado que el hombre se mueva según las masas y el consumo desmedido de productos, ideologías, etc., y haya olvidado pensamientos centrales como lo son el estudio de las ciencias del espíritu, para dar lugar a un mundo de tecnificación y desinterés por aquello que se considera como lo humano? La respuesta a tal pregunta puede tener su origen desde la modernidad. El pensamiento moderno influye fuertemente en el ego del hombre quien se considera todo poderoso y sin límite alguno para alcanzar cualquier conocimiento. La razón juega un papel majestuoso entre las facultades del hombre y es por medio de ella que se rechaza otros tipos de conocimientos que, se cree, requieren de facultades “menores”. Lo que no es empíricamente comprobado no interesa.
Es por ello, la falta de interés por lo trascendente, que la religión, y con ella el misterio, la esperanza, el amor y la fe, desaparecen para dar paso a una idolatría en el hombre mismo. Mauricio Beuchot, en un ensayo titulado la religión en la época posmoderna, hace un análisis de cómo la religión pasó de ser un principio de total comunión con lo trascendente, a una herramienta que cubre las necesidades efímeras de un mundo de “úsese y tírese”. Al respecto, Beuchot dice lo siguiente: <>. Sin embargo, el problema de una autoidolatría en el hombre parece no ser el punto culminante de la crisis humana. El hombre, al querer superar la modernidad y embarcar una nueva corriente filosófica, como lo es la posmoderna, ni siquiera se ve a él mismo como un dios que todo puede resolver, sino que entra en una crisis existenciaria, en un pensamiento débil que lo conduce a dudar de todo, hasta de sí mismo, de una forma que se desapega de la manera inquieta, y confiada en la razón, en que la modernidad resolvía sus dudas. La idolatría se pasa a lo material <>. Claramente el problema se encuentra en los modos de consumo y en la desmedida producción de productos desechables y poco necesarios en el hombre. Todo sea por vender, por tener el poder y manipular las necesidades del “hombre moderno”.
El hombre se ha empobrecido al cosechar un razonamiento puramente tecnológico. Parece ser que el sentido, los valores y el misterio se han convertido en tópicos de poco interés por que no se creen útiles en las necesidades del mundo actual. <>. Se hablará entonces de un hombre posreligioso, aquél que tiende a procurar nuevos valores producto de una mentalidad capitalista como son la posesividad de las cosas, el hedonismo de experiencias y objetos, la ausencia de personas y la utilización de los seres humanos, valores que contrastan con la sencillez, caridad, humildad, la apertura hacia Dios y el hermano, de la religión cristiana o valores universales que se comparten con otras religiones. Lo inquietante del asunto es que, como dice Beuchot, ni siquiera es una crisis que despierte al hombre de su error y lo lleve a una solución optimista:
Predomina el pesimismo, la náusea, la depresión y el hastío. Pero no se reacciona ante este sentimiento de hastío y de angustia como lo esperaría Kierkergaard, o algunos de los existencialistas cristianos, v. gr. Marcel; ellos esperarían que eso condujera a la fe, al ver que nada del mundo llena, que se acudiera a la dimensión trascendente; pero no, se reacciona más bien con el nihilismo de Nietzsche y como el existencialismo ateo de Sartre. La nada, la nausea (pág. 118).

Es así que se esconde el camino para el hombre, como si hubiese perdido el mapa que guía a sí mismo. Ya la metafísica y la religión, todo aquello que anhela un fundamento, se escapan de sus reflexiones ya ni siquiera por rechazo sino por desecho. El hombre se despreocupará y desechará todo discurso que lleve un propósito, un sentido específico.


Frente a lo anterior, cabe preguntarse ¿qué esperanza le queda al hombre en un mundo que día con día pierde el sentido y el camino que lo lleva al misterio del mundo? Gabriel Marcel (1889-1773), filósofo italiano cuya corriente se describe como un existencialismo cristiano o personalismo, considera que la filosofía es una búsqueda hacia lo infinito, y que la metafísica es el resultado de dicha búsqueda personal. Pero, ¿qué es aquello que se busca? ¿De qué trata dicho misterio que considera sin límites? En su libro titulado Los hombres contra lo humano
[1][1], Marcel expresa que el misterio va más allá de la técnica, pues éste, el misterio, se consigue con la constante reflexión. Por lo tanto, parece ser que entre más progresan las técnicas más olvidada queda la facultad de reflexión. Sin embargo, lo anterior no quiere decir que Marcel este en contra del progreso tecnológico, sino que le preocupa el mal uso que de él se ha hecho. Efectivamente, la técnica es una muestra contundente de los avances que el hombre ha hecho de la razón, pero parece ser que se han envilecido hasta el punto de olvidar lo humano de cada uno. Para Marcel, el envilecimiento es: << “el conjunto de procedimientos llevados a cabo deliberadamente para atacar y destruir, en individuos que pertenecen a una categoría determinada, el respeto que de sí mismos puede tener y, ello, a fin de transformarlos poco a poco en un deshecho que se aprehende a sí mismo como tal y al que, a fin de cuentas, no le queda sino desesperar de sí mismo, no sólo intelectualmente, sino vitalmente>>[2][2].

Esto me remite a la manera en que Lyotard cuestiona la forma en que se ha pasado de una enseñanza tradicional, que tenía como fin la formación, a la subordinación del conocimiento en datos o lenguajes de máquinas que tienen como meta convertir el saber en una fuerza de producción, traducido en poder. La esperanza está puesta en la ciencia y la técnica. El conocimiento, bajo estos términos, no buscará la verdad, sino la performatividad.
La postura de Marcel comprenderá un personalismo para la reconstrucción de los valores y el sentido del hombre. Es decir, cada ser en su condición personal, tendrá que llegar a comprometerse con su propio camino. Una especie de procesión particular para replantearse los problemas de lo falso y lo verdadero, lo bueno y lo malo, lo justo e injusto, etc. Pero este camino, del tener al ser, se dará por medio del vértigo. ¿Qué podemos entender por vértigo? Sin duda, Marcel es un filósofo de la esperanza, su teoría va encaminada a un sentido que, si bien es de calidad personal, todos llevamos. Encontrar el misterio mediante el vértigo del suicidio del hombre. Hay que transitar por el vértigo para encontrar el misterio, aunque éste nos lleve cada vez a mayores profundidades. Por ejemplo, kierkergaard acude a la angustía para el mismo fin: <>
[3][3]
Mauricio Beuchot, por su parte, hará hincapié en la analogía como recurso para encontrar el sentido del hombre. Ve que en la actualidad hay una exagerada manipulación de símbolos y, con ello, una gran confusión entre los hombres hacía aquello que hay que creer, seguir. Beuchot confía en que dignificando los símbolos se pueda frenar la autodestructividad y el pasivismo del hombre actual. Impulsar al hombre a recuperar el sentido.

Se necesita de una iglesia que sepa salvaguardar lo diferente, las diferencias, sin perder de vista la unidad, la universalidad, la catolicidad. Una iglesia que rescate la dimensión estética de la religión, sobre todo en el símbolo, en el mito y en la liturgia.[4][4]

[1][1] Gabriel Marcel: Los hombres contra lo humano, Madrid, Caparrós, 2001.

[2][2] Ídem pág.44
[3][3] Mauricio Beuchot, la religión en la época posmoderna.
[4][4] Ídem pág. 125

2 comentarios:

Enrique dijo...

Imposible pasar por alto que aquí también hay algunas secciones truncadas, me hubiera gustado poder encontrar cada cita referida y también la conclusión a la que esperabas llegar. Quizá no alcancé a leer entre líneas, pero ¿cuál es, en tu opinión, la tarea del filósofo? ¿y cómo podemos comunicar, ya no sólo qué es el paso o el binomino del tener y el ser, sido el modo o estrategia para alcanzar ese cruce o reconquista del sentido y el misterio? El vértigo y la resignificación ya me están diciendo algo, pero todavía se ve difuso, improbable. ¿Cómo se habrán sentido los más grandes exponentes de la Teoría crítica cuando luego de toda su revisión y análisis concluyeron que no había escape a esta condición trabada por la razón instrumental? ¿Te imaginas, Diana, a Marcuse observando que el desencanto es inminente? ¿Se habrá reído Nietzsche en el otro mundo al ver que los pensadores, los hombres más críticos, no veían salida al sinsentido, al nihilismo de Occidente?

Enrique dijo...

¿Cómo despertar hacia el misterio si somos hombres masa, si se nos oculta el terror, si se nos afirma eternamente la libertad y la autonomía, si nuestro único vértigo es el del fastidio y el sinsentido efímero que se traga a sí mismo? Habla pues, ConRazón, algunos ya son espectadores de este lado tuyo.