sábado, 27 de octubre de 2007

TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN COMO RESPUESTA AL DOMINIO RELIGIOSO PATRIARCAL


Mi objetivo es indagar acerca de las problemáticas de violencia simbólica que las religiones, a lo largo de la historia, le han impuesto a la mujer mediante las distinciones de género, y cómo es que, a partir de una teología liberal, se ha intentado emancipar dicha violencia, con el afán de que la mujer conserve sus tradiciones sin tener que sentirse violentada al hacerlo. De esta manera, considero que la problemática a seguir, en este trabajo, podría ser la siguiente: ¿es la teología liberal una posible respuesta a la problemática de género (género visto como principal a portador de violencia simbólica femenina)? Mi tesis será que, efectivamente, la teología liberal feminista ayuda a desentrañar la problemática de género y da respuestas flexibles a la convivencia entre hombres y mujeres.

El motivo que me lleva a desarrollar dicho tema, es porque, hasta ahora, no encuentro un origen más aproximado que dé respuesta a la violencia contra la mujer, pues la religión es parte fundamental de la cultura y ha sido una influencia irrefutable en la estructura de la psiquis humana. Aunque no niego que, en nuestra época, las instituciones religiosas se encuentran, cada vez más, en fuertes crisis de conservación, a causa de la contradicción entre el discurso dogmático religioso y el discurso del hombre/mujer que desean encontrar un desarrollo integral, es evidente que los mitos religiosos influyen de manera implícita en las acciones y creencias del individuo y la comunidad. Estas acciones sin embargo, son producto de tradiciones que, con el tiempo, se han considerado parte esencial de la humanidad, lo cual ha resultado ser una verdadera problemática en las mentes que intentan despertar de dichas tradiciones, no sólo por mero jugueteo intelectual, sino por la necesidad de romper patrones que violentan su integridad.

El desarrollo del tema se dividirá de la siguiente manera: en primer lugar abordaré de manera general la problemática de género y diversidad sexual. Mi primer apartado rescatará las problemáticas del concepto de género, la manera en cómo se refleja en los sujetos y su vida cotidiana, además de hacer hincapié en las diversas maneras en que la sexualidad se expresa como prueba de la equivocación que se tiene al considerar un pensamiento de ella en términos dicotómicos, es decir, dentro de una lógica tradicional de género masculino/femenino. A la par de esto, y para la finalidad que concierne a mi trabajo, trataré también el concepto de género dentro del ámbito religioso y cómo es que éste se ha visto como una herramienta de poder patriarcal en los valores sagrados de la humanidad. Luego, abordaré el movimiento teológico liberal, desde el punto de vista feminista, para recalcar el mal uso e interpretación de textos sagrados en pro a lo masculino. Se verá también cómo es que las teólogas feministas han intentado recurrir a la hermenéutica para lograr sintetizar los valores religiosos a favor de una igualdad humanitaria sin la presencia de símbolos dominantes. Para finalizar, intentaré dar mi punto de vista acerca de la problemática del género dentro de la religión, asegurándome de no caer en extremos teóricos, y recalcando que cada quien es libre de sus creencias, siempre y cuando éstas no interfieran en el desarrollo y derechos de hombres y mujeres.

Género y diversidad sexual desde el punto de vista social y religioso:


Es innegable, en nuestra sociedad, la existencia de una lógica de género la cual, se dice desde un principio, viene determinada por la diferencia biológica que existe entre hombres y mujeres. Sin embargo, más allá de lo puramente biológico, en el campo social y religioso, el término género ha sido empleado para distinguir funciones que van más allá de las anatómicas, clasificando al hombre y a la mujer en roles específicos y siguiendo un patrón rígido de control para el buen funcionamiento de la sociedad. Social y religiosamente, se mistificó el papel que cada uno, hombre y mujer, jugaba en el mundo, siendo uno el dominante y otro el dominado. La problemática que desata esta violencia está profundamente arraigada en las instituciones y la moral religiosa, al precisar que, al seguir patrones establecidos, ya sea por el estado o por la divinidad, habrá un bien común en beneficio de la sociedad. Paradójicamente, con lo anterior no se está considerando al sujeto autónomo, disfrazando esto con la idea de que si la comunidad se encuentra bien, por lo tanto, el individuo se encuentra bien y no tendrá ningún problema en aceptar dichas normas. Sin embargo, al analizar los problemas de género, inmediatamente nos remitimos a las problemáticas culturales y cómo es que ellas han interferido en la autorrealización de los individuos, lo cual, es evidente, se refleja en los problemas sociales. Es decir, si queremos ver por el bien de la sociedad, habrá que ver también por el bien del individuo y su diversidad.

El género nos ha dado una identidad definida que correspondan a las pautas establecidas en la sociedad. Pero ¿qué pasa cuando un sujeto quiere autodeterminar su identidad y desechar el género que se le impuso culturalmente? El individuo/a se ve obligado a seguir un discurso que de ninguna manera satisface sus deseos y opta por revelarse a ellos construyendo su propio cuerpo de creencias, y en todo caso, transformando literalmente su cuerpo biológico. El que cierto conjunto de individuos/as busquen y adquieran sus propias identidades, encierra una gran cantidad de problemas en la sociedad y la cultura a la que pertenecen. Se incorpora así, la necesidad de replantearse las definiciones de género y ser más flexibles en los discursos que lo abordan. Las nuevas teorías feministas sobre el género apelan al desaprendizaje de las normas establecidas (sobre cómo hay que conformarnos a partir de las diferencias biológicas) y sugieren un nuevo aprendizaje de identidades. Al respecto, Marta Lamas, en su respecto ensayo titulado género, diferencia de sexo y diferencia sexual, dice lo siguiente:
El género funciona como una ficción regulatoria, una fabricación, una fantasía instituida e inscrita en la superficie de los cuerpos y la falta, la carencia, la incompletud, rasgos constitutivos del humano, también operan en la imposibilidad de ofrecer panoramas completos y acabados.

La regularización y teorización de los cuerpos, al imponerles ciertos género, deshecha también todo un matiz de diversidad sexual, para encasillarlo a lo meramente reproductivo. Poco se puede concebir el placer y el gusto, estamos sometidos, discursivamente, a finalidades de conservación reproductiva. Las diferentes maneras de expresar nuestra sexualidad, se ven abolidas por las lógicas de género que culturalmente nos establecieron. La heterosexualidad es, simbólicamente la única manera de unión dentro de una sociedad establecida, lo demás, puede aparece como perverso e inapropiado. En cuanto a religión se refiere, el hombre y la mujer están expuestos a un sin fin de símbolos que patentizan su condición genérica. Estos símbolos están caracterizados por el poder de dominio no sólo de culturas, razas, creencias sagradas y morales, sino también de la jerarquía del hombre hacia la mujer. Los textos sagrados han sido interpretados de tal manera que la mujer es sólo un agregado más al mundo del hombre. Desde el génesis lo femenino implica cierta irracionalidad, banalidad y maldad, que sólo se justifica por el menor juicio que tiene la mujer tiene a comparación del hombre. Es por ello que, con la creencia de que Dios dotó de mayores bienes al hombre, a lo masculino siempre se le ha adjudicado la organización y decisiones de la iglesia, y por mucho tiempo del estado
[1][1], y ha excluido a la mujer de todo tipo de decisiones. El papel simbólico que lo femenino juega, dentro de la tradición religiosa, es el de la abnegación y sacrificio, cuestión que es por demás insana para la psiquis femenina. Ivone Gebara, es ensayo titulado teología de la liberación y género, dice lo siguiente:
Seguimos así porque el modelo de poder disponible en esta sociedad favorece más de la beligerancia masculina, la competitividad impuesta como ley, la eliminación de los otros, de las otras y de los diferentes, considerados como amenaza a la hegemonía del modelo elitista en vigor.

Ahora bien, ¿cómo es posible que la mujer religiosa y a la par feminista logre contrarrestar la violencia simbólica femenina, sin tener por ello que renunciar a sus creencias sagradas? La pregunta pudiera parecer incierta puesto que puede ser un arma de doble filo pensar que, precisamente aquello que originó la violencia, puede ser aceptada con nuevos parámetros. Es decir, ¿por qué seguir con dichas creencias si se pueden eliminar por completo?

Liberación teológica feminista: una hermenéutica de la sospecha:


Sin la necesidad de caer en extremos, considero viable que se puedan reinterpretar símbolos, que en algún momento fueron problema, con la finalidad de conservar ciertos parámetros en los que acordamos. Precisamente, la teología de la liberación feminista es una vía para acordar interpretaciones más flexibles en torno a lo femenino, sin tener que salirse por ello de una cosmovisión que acepta lo sagrado. El método que muchas teólogas feministas han considerado como el más viable para la elaboración de un nuevo enfoque religioso, es la hermenéutica. Gracias a ella se pueden interpretar los textos sagrados desde la perspectiva femenina, lo cual ayuda al estudio del género como una categoría lista para reconceptualizarse fuera de los discursos hegemónicos religiosos y dentro de una nueva teología que sea inclusiva más que exclusiva. Elsa Tamez en su artículo hermenéutica feminista latinoamericana. Una mirada retrospectiva, explica el valor que tiene la hermenéutica, dentro de los discursos religiosos para la conservación de valores universales:

No se abandona la reflexión teológica sobre la lucha por la vida digna para todos y todas, y la solidaridad, pero se añade paralelamente la necesidad de leer la Biblia desde la óptica de la mujeres; por qué, se insiste, la mujer y libra una doble lucha: la de realizarse como mujer y la de luchar para que todos y todas puedan comer y vivir dignamente en una nueva sociedad. (Silvia Marcos, Trotta 2004)

Lo que se intenta rescatar dentro de una teología femenina, o de la mujer, es un enfoque que también considere el poder femenino que hay dentro de lo sagrado. Más que eso, lo que se intenta es impedir que el discurso religioso esté de acuerdo con la marginación dentro de su misma creación. Pero esto no es posible, si no se trata el problema del género como una imposición cultural y no se está en posición de corregirlo desde sus más remotos orígenes. Por ello considero, que fuera de marginar el problema religioso dentro de las teorías feministas, por resultar caduco o dogmático, es preferible comenzar a cambiar sus discursos, si es que en verdad se quiere tener una coherencia total, es decir, que lo feminista pueda entrar en todo discurso posible. En conclusión, es importante dar respuesta a discursos anteriores de dominación mediante un método hermenéutico que permita ser flexibles en la teoría misma sin tener que destruirla. Los discursos sociales y religiosos, que se han dado de género, necesitan incluir un nuevo enfoque que supere las contradicciones y renueve las posibilidades del individuo/a para decidir acerca de su propia identidad.

2 comentarios:

Enrique dijo...

Si lo prefieres, táchame de clásico, pero el concepto de género en las distintas corrientes feministas varía mucho, lo suficiente como para que me confundan. Prefiero hablar de género en el sentido más propio y cercano al habla cotidiana: como un conjunto o categoría, o algún modo de ser. Desde luego que los teóricos de estos asuntos pueden rechazarme dicha apreciación, pues pierde agudeza y precisión en sus discursos particulares. Pero no son sus discursos particulares los discursos en los que nos interesa reparar ahora; el problema aquí no es lo que dijo fulana, sutana o perengana, sino la posibilidad o no de que alguien (una mujer) que vive en un conjunto de creencias religiosas, al verse oprimida por los discursos propios de sus creencias, pueda enfrentarlos y modificarlos para contrarrestar la violencia ejercida sobre su identidad sin tener que cambiar sus creencias fundamentales, su género o modo de ser religioso. De acuerdo a tus palabras el problema se responde con un “sí es posible, por medio de la teología de la liberación feminista que emplea la hermenéutica de la sospecha”; pero, en palabras más comprensibles para los ignorantes, ¿nos estás diciendo cómo hacerlo posible en nuestras vidas? Parece otro problema, pero en realidad la posibilidad no se responde con los términos “sí” o “no”, sino con convicciones, que se alcanzan por medio de los argumentos.

El género entendido en tu escrito como el portador de la violencia simbólica es, a mi parecer, la encarnación del mismísimo diablo; es decir, pienso que haces una apreciación exagerada. Es verdad que el género apunta hacia una identidad, y que la lógica de la identidad tiende a la discriminación de objetos en tanto diferentes del primero en cuestión. Esto último, puede relacionarse con un modo de hacer violencia, posiblemente de un modo simbólico, no lo dudemos, pero no necesariamente simbólico. Si no me equivoco lo que preocupa aquí no es en sí el género, sino la violencia simbólica que entra en conflicto con la realización de los individuos, particularmente con las mujeres, como tú. Si este es el caso, entonces el “portador de la violencia simbólica” debe ser relegado a un plano de abstracción más lejano e independiente de la opresión de los discursos religiosos para no verse implicado en conclusiones de carácter deontológico. De otro modo, podríamos llegar a conclusiones tan locas y desorbitadas como el desprecio a toda afirmación de identidad.

Has referido una gran cantidad de problemas, trato de pensarlos con calma, pero no puedo dejar de preguntarte sobre algunos de ellos que me hacen mucho ruido. Puedo nombrarlos de la siguiente manera: la demanda a la dicotomía, la 'insanidad' psíquica de la mujer, la reconstrucción del cuerpo y la resignificación del discurso religioso del conjunto de creencias internalizadas.

La demanda a la dicotomía de lo que nos habla es de exigencia o necesidad vital de dejar el campo abierto a la aparición de nuevos elementos en el juego de la lucha o confrontación de intenciones en el orden de la temporalidad. Esto se ve en prácticamente todo ámbito social, y la religión como fenómeno de esta índole no se salva de esto. Me llama la atención el conflicto histórico que a veces parece carecer de sentido entre la voluntad del conservadurista y la del liberalista. Es claramente observable en toda lucha de social de clases (nótalo intercambiable por género). ¿A esto se le llama la violentación de patrones? ¿Hemos de llamarlo violencia histórica frente a la violencia simbólica? Esta confrontación señalada en tu justificación encierra intenciones, mas ¿a cuál pertenecemos? Sabemos la respuesta, no se puede ser tan tajantes y excluir las perspectivas opuestas sin entrar a un problema en el foro de la conciencia, a menos que hagamos uso de la mera fuerza bruta –que en tanto criaturas vivas no dejaremos de ejercer en su totalidad– y nos contentemos por ello.

Algo hay importantísimo en la religión y quiero conectarlo con el segundo y el tercer problema, el de ‘insanidad’ de la psique de la mujer y la reconstrucción del cuerpo. La religión cristiana (que aunque critiques aspectos que no son exclusivos de ésta, creo que te refieres sólo a ella) establece discursos cosmogónicos, habla sobre la eternidad y las criaturas, constituye por tanto un conocimiento, y como tal, establece usos conceptuales universales. Ahora bien, negar en su especificidad el género que postula el discurso religioso porque oprime la realización de la mujer en sus anhelos de participar activa y públicamente en el mundo trae como consecuencia no sólo una denuncia, también habla de una evidencia de dominio instrumental de unos humanos sobre otros. Este hecho favorce que valores universales al contraponerse a otros principios universales y morales, muchas veces ajenos a la religión, queden cuestionados. En ocasiones las oposiciones pueden ser superficiales, pero ¿qué pasa cuando son profundamente humanas y universales? ¿Qué si me dicen que el sentido de mi vida es hacer la Voluntad de Dios y esto supone subordinarme al otro-varón (algo que nunca seré)? ¿Qué si además, me creo el cuento de que el individuo es autónomo y libre de elegir su destino, de disfrutar la vida como quiera, y que es capaz de alcanzarlo todo si se lo propone, por medio de la promesa de la competencia? Si (y sólo si) se busca ser congruente, se sigue de esto el riesgo de quedar ‘desfundamentado’ en algún punto. Muchos prefieren no ser congruentes pero otros buscan enfrentarse a su propio vacío. Creo que se comprende hasta aquí la ‘insanidad’ psíquica de la mujer, pero ¿qué tiene que ver todo esto con el cuerpo?

La universalidad es una necesidad primaria de todo humano por ser éste racional y social. Universal es en nuestra cultura elegir. Elegir requiere ontológicamente del tiempo y la capacidad de decisión. Aquello que da el tiempo es divino, lo que da la decisión es el criterio de lo adecuado o propio. Lo sagrado es lo universalmente adecuado y propio. Por lo tanto elegimos seguir lo sagrado por necesidad. Lo sagrado aquí se entiende también como lo seguro, lo que nos ata al mundo y al cielo. Lo sagrado puede otorgarlo el discurso político, el religioso, el científico; cada cual ofrece algo distinto, y a veces, incompatible con lo que da otro campo discursivo. A la luz de esto, ¿cómo creamos el cuerpo?, ¿con base a qué seguridad? Qué problemático, ¿verdad? Sentir o padecer nuestro cuerpo desde la religión o desde la biología son cosas muy diferentes. Una me dirá que el sexo y la unión sexual tienen como único propósito la reproducción, me definirá a los distintos pecados y me hará creer que fornicar por fornicar o dar otros usos al sexo es malo; el segundo me dirá, en su acepción más pura, que la diferencia entre los sexos es nula en cierto período de la gestación y que más adelante se marcan ciertos rasgos a partir de muchos factores o variables desde los cuales es posible encontrar individuos a medio camino en el espectro entre lo más masculino y lo más femenino (habla de descripciones, no de prescripciones). ¿Cómo definir o sentir el cuerpo exclusivamente desde la biología, si no me dice qué hacer con él? Como cuerpo que soy, ¿qué hago?, ¿me masturbo, me mutilo, me modifico quirúrgicamente, me publico, me prostituyo, me uso para violar?

Yo no me creeré en mi conciencia el cuento del sujeto Moderno, puro, autónomo, hijo de Dios, hombre, libre... pero habrá quienes sí. Aquí entramos a las dificultades de la resignificación del discurso religioso del conjunto de creencias internalizadas. ¿Cómo podemos prescindir de los símbolos dominantes y de las negaciones últimas a las posibilidades de un sujeto. Digamos que nací mujer y que quiero amar sólo mujeres. ¿Tengo la posibilidad de hacerlo, de realizarme en este sentido? ¿Y cómo se relaciona la posibilidad con la ley? Si quiero hacer siempre las cosas más apropiadas desde mi condición de ignorancia, lo más conveniente es que no haga las cosas prohibidas, al menos bajo la premisa de que hay una poderosa razón o motivo que las origina. Si quiero hacer el bien en mi conciencia, no puedo oponerme a las leyes. ¿O acaso hay algo más puro que las leyes que pueda seguir? Claro, me dirá el profeta, lo sagrado, lo que da la pauta a toda ley positiva o creada por los hombres. Tú nos dices en tu ensayo prácticamente que es un principio sagrado no intervenir en el desarrollo ajeno; en eso consiste no querer más violencia simbólica que reprime el espíritu de la mujer. ¿Pero no es en ocasiones la intervención conveniente? ¿Qué va de la intervención que violenta y lastima a la intervención que defiende y ayuda? Precisamente por la flexibilidad propia del discurso es que podemos tratar de reconstruir el sentido de las palabras hirientes, sólo hace falta mantenerse reinterpretando, hacer buena hermenéutica pues. Esa es la cuestión de producir una óptica femenina para la Biblia.

¿Quién tendrá el criterio más justo para apreciar las buenas leyes de las malas?

Gabriel dijo...

Teología liberal = Teología de la liberación ???, no sé si es que la palabra liberal sería la correcta...